Midiendo el miedo
Si te gusta competir, al nivel que sea, quiere decir que te gusta superarte a ti mismo, compararte con otros deportistas, superar retos, afrontar adversidades, darlo todo en cada prueba y obtener el mejor resultado posible, ese que te dejará satisfecho no en tanto o cuanto sea de mejor valor cuantitativo si no el valor de un estilo de vida que te hace sacar “lo mejor que llevas dentro” sintiendo una gran satisfacción personal.
Entonces: ¿Por qué después de una competición podemos acabar “echando pestes” por cualquier suceso externo o interno a nosotros? Y no sólo eso, las horas e incluso los días previos, ¿Por qué cambia nuestro estado de ánimo, por qué nos sentimos tensos, irritables, inseguros, temerosos, frustrados o superados por un evento que vemos incapaces de abordar? Si toda esa exaltación de buenas vivencias fuera así, deberíamos estar siempre felices, eufóricos, emocionados, ilusionados ante el evento que se nos presenta como un chiquillo la noche antes del día de Reyes.
Generalizo esto porque, evidentemente, no todos somos iguales ni afrontamos las situaciones de la misma manera. No todos tenemos ni contamos con los mismo recursos personales, materiales o emocionales ni hemos tenido la misma experiencia de vida, pero si te gusta competir, a pesar de todos esos valores de superación, por encima de ello está la comparación, comparación con nosotros mismos, con los compañeros, con los rivales, con los idealizados deportistas profesionales (toda una referencia a seguir)… Es el momento en el que el deportista se pone a prueba, se mide. Es el momento en el que se evalúa todo el trabajo y el sacrificio previo, nos enfrentamos con otros rivales, nos “pone en nuestro sitio”.
Todo ello pone, aún inconscientemente, en funcionamiento, toda una maquinaria que activa una cadena de pensamientos que si no se saben orientar en la dirección adecuada generarán una serie de sentimientos negativos.
Entonces aparecerá el peor de ellos: el miedo. Miedo al fracaso en toda su extensión, gracias a todo un lenguaje verbal que hemos ido repitiendo en nuestra cabeza sin darnos cuenta hasta que éste ha cogido las riendas de nuestra conducta, cambiando nuestro estado de ánimo, desarrollando un estrés inadecuado (ansiedad precompetitiva), bajando nuestra autoestima o autoeficacia (habilidad para alcanzar el éxito) o incrementando la percepción de la dificultad sobre la tarea (la prueba a la que nos enfrentamos).
Experimentamos, además de esos cambios cognitivos, otros a nivel fisiológico o motor que que alterarán nuestro descanso o nuestra condición física para que el día de la prueba no lleguemos en la mejor forma posible.
Inevitablemente y como recurso lógico, la competición es un fin que justifica todo un proceso, por lo que es difícil no tenerlo en mente a la hora de abordar el presente, y por eso mismo se convierte en el pez que se muerde la cola, condicionando nuestra percepción de la realidad, modificando ese pensamiento y de una forma latente activando ese proceso de reacciones cognitivas, fisiológicas y motoras.
Pero lo cierto es que tenemos todo un abanico de recursos para poder manejar de la forma más productiva esa activación, para calmarla y controlarla y que sigamos manteniendo un hábito voluntario con el fin de competir gustosamente.
Para empezar, podemos centrar nuestra atención precisamente en eso que hacemos cada día, en el proceso, no pensando tanto en el nivel que queremos alcanzar, si no en lo que “debemos” hacer en cada entrenamiento para alcanzarlo, sin más, sentirnos satisfechos con el esfuerzo dedicado cada jornada. No obstante, la importancia es la que cada uno le da, es decir, son metas importantes, pero en nuestra historia personal, saber relativizar en el contexto de la vida no hace crear un demérito por nuestras acciones, sino limar un exceso de exigencia que no suele ser real y sólo consigue generar sentimientos negativos.
A pesar de todo, debemos desarrollar lo que llamamos resiliencia: saber que no podemos controlar todo lo que está a nuestro alrededor, contar con que eso que no podemos controlar no puede formar parte de nuestra valoración y como tal no podemos centrar nuestra atención en esos aspectos, pero sí en lo que sabemos hacer bien, en lo que depende de nosotros, en lo que se puede mejorar con nuestro trabajo. Es también aconsejable contar siempre con las personas que tenemos cerca: entrenador, compañeros, amigos, familia, etc. Es importante que nos acompañen en el camino, que apoyen nuestras decisiones (sensatas). Este apoyo puede venir también de un plan de entrenamiento, un hombro en el que descargar nuestra frustración en algún momento, unas risas con las que soportar las largas series, una conversación amena…
Además, en la mayor parte de los casos, con un trabajo psicológico extra y guiados por un experto en la materia, se puede desarrollar un trabajo específico, un entrenamiento más para mejorar y potenciar nuestro estado de activación. Los diferentes síntomas que representan una ansiedad o estado de arousal excesivo (nivel de activación) son fácilmente clasificables y existen técnicas mentales para trabajar tanto aspectos técnicos como situaciones previsibles o imprevisibles en competición que nos harán aumentar el nivel de confianza y de control sobre la situación además de reforzar nuestra motivación ganando pautas de acción.